Por Thomas Jimmy Rosario Martínez
Hace poco publicamos la opinión de nuestro amigo Alejandro Torres Rivera sobre el legado de FIdel Castro. Los medios nos informan de la muerte del líder de Cuba y creo que es menester escribir lo que pensamos.
Fidel Castro es una figura controversial. Mucha gente lo admira, otros lo detestan. No pudo ser inclusivo ni forjar una Cuba para todos. Dentro de una intolerancia y miedo a sus enemigos, los mató, encarceló, separó de la sociedad o desterró.
No puede haber, pues, grandeza en un hombre incompleto, que no supo trabajar con la disidencia. Que se mantuvo en el poder sin incorporar medios democráticos para que las decisiones no fueran tomadas por unos pocos, sino por todos. Que escaló las más altas posiciones mediante un golpe de estado pero que hasta el momento de su muerte, nunca devolvió el poder al pueblo, creando unas estructuras oligárquicas entre sus iguales y hasta monárquicas al dejar a su hermano en sustitución de él.
Como todo ser humano, le llegó el momento en que la vida terrenal se extingue. Su pasado puede ser motivo de idolatría para quienes creen en los conceptos dignos pero mal manejados emocionalmente de nacionalidad, patria y libertad. La realidad es que su paradigma político chocó con un mundo cambiante, informado y de tendencias en dirección distinta a las acciones que aislaron al pueblo cubano.
En 2016, Fidel Castro es un anacronismo. Fue en un momento una luz tenue para otras naciones que no progresaron porque imitaron sus ideas, pero el marxismo, el comunismo y el socialismo no encontró continuidad en la Cuba moderna como también desaparecieron de otros países que lo experimentaron.
Valorar a Fidel Castro no puede hacerse desde la trinchera del estadoísmo puertorriqueño ni desde la perspectiva del cubaneo de los desterrados. No hay duda de que fue imponente e importante, pero al igual que Albizu Campos, Betances y Concepción de Gracia en Puerto Rico, hay que estudiarlos en su tiempo y obviamente, su tiempo se ha acabado. Es una muerte que algunos lamentarán porque termina un ciclo y otros celebrarán porque la gran lección para ellos es que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.
Fidel Castro murió a los noventa años, extinguida ya la mayor parte de su familia nuclear y la que produjo. Como político, justificó todas sus acciones y culpó a los demás de los errores cometidos en el proceso.
Es el momento propio para reunir la Cuba dividida y colectivamente pobre que forjó.
Categorías:Historias, Vegabajeñismo
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