Por Thomas Jimmy Rosario Martínez
Esteban Santiago es la persona que el Día de Reyes en la mañana cometió la masacre del Aeropuerto de Fort Lauderdale, en Florida. El día no puede ser más sugestivo y el lugar, donde fluyen tantos puertorriqueños en tránsito a otros lugares y donde residen otros, debe tener algo que ver con la macabra idea del asesino.
No se cuánto de ser puertorriqueño y nuestra condición colonial puede haber influído en su mente. Pero hay un factor que no se escapa a la mente de nadie y es su entrenamiento y participación militar. Es obvio que hubo deliberación en el proceso y planificación, porque fue en un viaje sin boleto de regreso. Cargó con un arma que anteriormente fue confiscada cuando presentó signos de inestabilidad emocional en ocasión que adujo que escuchaba voces que le pedían que se uniera a ISIS (Islamic State of Irak), que opone bélicamente las Fuerzas Armadas de Estados Unidos de América y otras naciones.
Inmediatamente que su nombre fue anunciado, tuve sospechas de que era nuestro. Indagué en Facebook y tenía una cuenta a su nombre. Ahora hay varias abiertas con información, algunas de ellas con demostración de odio, la personal de él no tenía nada que pudiera indicar inestabilidad. Tenía incluso hasta una cita bíblica y que pertenecía a una iglesia. Habían retratos de Disneyland y referencia a distintas películas, algunas de muñequitos.
He sabido, por un compañero puertorriqueño que compartió con él en Irak, que ya desde su servicio en la Guardia Nacional en Puerto Rico en la Compañía 130, demostraba ansiedad y nerviosismo. Como consecuencia, algunos le jugaban bromas para que a cualquier ruido provocado, saliera a disparar como un loco. Se dice que le decían el “zombie” por su afición a la serie “The Living Dead”. Los primeros reportes decían que disparaba a la cabeza de sus víctimas, lo que coincide con lo que dicen nuestras fuentes.
Ya desde esta mañana se dice en CNN que lo someterán a cargos que conllevan la pena de muerte. Yo no estoy seguro que ese sea el destino final de este caso de un veterano más, que entrenado por el mismo gobierno, avisa de sus problemas a las autoridades. Levantando bandera roja por ideas extrañas, recibe un claro abandono de las instituciones de seguridad y de salud a las que les correspondía atajar este problema para que la tragedia no ocurriera.
Será fácil acabar la vida de esta persona con la pena máxima como un medio de sanación sicológica a los familiares de los muertos, los heridos y a todos los afectados por este asunto en particular. Pero con ello no se reconoce el problema ni previene para el futuro que esto no vuelva a ocurrir.
Aquí se necesita, primero, atender el estado mental de los militares que son entrenados para matar, que luego de enfrentarse a las situaciones de riesgo por su propia vida y de hacer para lo que son contratado en el teatro de guerra, se abren heridas en su mente que no sanan con la terminación de su servicio. Su reintegración a la vida civil conlleva también un proceso para que no revivan los traumas vividos, porque pueden terminar en tragedias como la de Fort Lauderdale.
Antes no fueron puertorriqueños los que cometieron estos actos masivos. En Oklahoma City y Texas fueron militares americanos los que cometieron los asesinatos. En Fort Hood, hasta era un siquiatra el que disparó. El gatillo puede estar en cualquier mano. Sólo tenemos que evitar que el arma llegue a ella.
El hermano de Esteban Santiago, en una entrevista que le hizo CNN, dijo que el había sido internado en una institución mental por cuatro días y que debieron dejarlo más tiempo. El FBI dice que él no había violado ninguna ley, por lo que tuvieron que dejarlo ir.
Dejaron el detonador activo y la tragedia fue la consecuencia.
Categorías:Análisis, Historias, Vegabajeñismo
Deja un comentario