El editor de la sección de Deportes de El Vocero, Carlos Narváez, habla sobre el nuevo miembro del Salón de la Fama del Béisbol, Iván Rodríguez

(Carlos Rivera Giusti/EL VOCERO)
por Carlos Narváez Rosario, EL VOCERO
Para aquellos que me conocen desde mis primeros pasos por esta esfera a la que llamamos mundo, saben que más allá del deporte, la música fue mi primer amor.
Pero muy poco tiempo transcurrió hasta que otra pasión, ligada a las artes y a la comunicación, tocó a mi puerta, esta vez de la mano de mi abuelo, Thomas Jimmy Rosario Flores, conocido por muchos como el fotógrafo del pueblo de Vega Baja y excorresponsal del extinto diario El Imparcial.
Mirar por el visor, apretar el disparador y luego esperar con ansias el producto de esa imagen captada por exposición a la luz, era para mí una soberana maravilla.
Pero eso era parte de la gran fantasía que se vivía en la ‘Foto de Jimmy’, que hoy permanece abierta y recibió recientemente hasta la visita del nuevo gobernador.
A su fotografía acudían a diario todo tipo de personas de notable importancia. Celebridades, políticos –en especial el alcalde del pueblo-, abogados, doctores, atletas, en fin, todos ellos pasaban por el negocio para una foto 2×2 o de pasaporte oficial, y ahí estaba yo para asistirle con apenas 12 años.
La alegría que vive nuestro Puerto Rico en estos días con la selección de Iván Rodríguez al Salón de la Fama de Cooperstown, trajo a mí mente un grato recuerdo de esos días cuando fungía como ayudante de mi abuelo.
En una ocasión, entró un jovencito al negocio. Su nombre: Iván. El hijo de doña Eva Torres, una maestra de la escuela elemental José Gualberto Padilla y que venía para que le tomaran una foto que incluiría en su primer contrato. Claro está, se trataba del documento que firmaría posteriormente con los Vigilantes de Texas. Ya mi abuelo había escuchado de él y del otro vegabajeño Juan ‘Igor’ González, el hijo de Doña Lelé (QDEP), oriundo del Barrio Altos de Cuba.
Pero, esta vez era Iván el que necesitaba de los servicios del fotógrafo del pueblo, quien me cedió la oportunidad para capturar el momento. ¿Emocionado yo? Quizás. Pero no por el hecho de que pensara que se trataba de una gran estrella frente a mi lente. Simplemente me emocionaba la idea de que mi abuelo me diera su confianza.
Pero antes de presionar el botón disparador, Jimmy me frenó y se dirigió a Iván, mientras yo observaba sorprendido: “Jovencito, me hace el favor y se quita la pantallita esa que tiene puesta, porque si no, no lo retrato. Usted es un profesional y esto es una fotografía oficial”, le dijo con carácter.
Iván, muy callado, tranquilo y poco expresivo, accedió a la petición. Yo bajé la cabeza y apreté el disparador. Capturé esa primera imagen, un tanto abochornado por el halón de orejas. Se trataba de una instantánea de esas que no dejan un negativo para replicar el momento.
Hasta hoy, a casi 30 años de ese momento, atesoraba en mi mente ese instante, sin saber que ahora, desde la perspectiva periodística que inició en mí con una cámara fotográfica, estaría disfrutando en grande de ver como aquel Iván, que apodaron más tarde ‘Pudge’, hoy es un inmortal de Cooperstown. O mejor aún el cuarto puertorriqueño en el gran salón y en uno de dos de los mejores receptores del mundo de todos los tiempos.
El pasado miércoles en casa de don José Rodríguez y Eva Torres, allá en el Barrio Algarrobo de Vega Baja, reviví la ocasión al observar algunas imágenes de Iván de niño en el pequeño museo que tiene su papá.
Lo recordé de la misma forma en que recordaré cuando su tarja sea instalada al lado de Roberto Clemente, Orlando ‘Peruchín’ Cepeda, Roberto Alomar, y Atanasio ‘Tany’ Pérez, un cubano-puertorriqueño que no debemos olvidar y que también los acompaña en Cooperstown.
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