El editor de deportes del VOCERO, el vegabajeño Carlos Narváez habla sobre la celebración del subcampeonato del equipo de Puerto Rico en el Clásico Mundial de Béisbol 24 de marzo del 2017

(Carlos Rivera Giusti/EL VOCERO)
por Carlos Narváez, EL VOCERO
Las Grandes Ligas y mucho menos los jugadores estadounidenses, jamás entenderán de lo que realmente se trata una verdadera cultura deportiva.
De lo que debe de haber antes de la palabra negocio.
Pero Puerto Rico, nuevamente, se ha encargado muy profesionalmente de dejarles saber cómo deben ser las cosas. También dejó en claro que no deberá haber excusas del comisionado Rob Manfred, para que la ‘Isla del Encanto’ no sea anfitriona en 2021 de una de las etapas de la verdadera Serie Mundial.
Marcus Stroman tuvo una impecable salida el miércoles en la final del Clásico Mundial. Lanzó el partido de su vida y es posiblemente que tardemos un tiempo antes de verlo ejecutar de forma similar. Maniató a Puerto Rico y llevó a una victoria vía blanqueada a Estados Unidos. Fue sin lugar a dudas un ‘MVP’.
Sin embargo, sus expresiones junto a las de Adam Jones al final del encuentro distaron mucho de lo que un buen fanático desea escuchar de estos profesionales del diamante.
Demostraron que la cultura deportiva sin dudas no estuvo en el plato de su hogar. Sería bueno que ambos le preguntaran a Seth Lugo ¿qué sintió al vestir la camiseta boricua?, o que simplemente les hable del ambiente que permeó durante los 17 días en el ‘dugout’ de ‘Los Nuestros’. “Indescriptible” fue la frase que escuché hace unos días utilizar por el propio Lugo.
Estoy convencido que la cueva del ‘Tío Sam’ era fría, y que lo único que les motivó a pasarle una aplanadora a los boricuas, fue un herido orgullo por una derrota antes, y los planes de fiesta en la menor de las Antillas y el interés de una aerolínea en fletar uno de sus vuelos para facilitar el festín.
Tristemente debo decirles que las siete victorias anteriores de Puerto Rico paralizaron a un pueblo. Lo unieron al punto de que las góndolas con tinte amarillo brillaban por su ausencia, los crímenes desaparecieron y una alicaída economía se activó.
Miles de puertorriqueños fueron solidarios, tiñeron sus cabellos y hasta cruzaron el charco para convertirse en parte de las 50 mil almas que llegaron al duelo final en el Dodger Stadium.
Como si fuera poco, y muchos de ellos, no empece a las negativas de sus mezquinas organizaciones de las Mayores, tomaron vuelo a casa donde la fiesta fue quizás mucho más de lo que esperaban. Otros no pudieron acceder para vivirse el momento.
“Tan reciente como horas antes del juego, estábamos en una mesa y ellos (los organizadores del evento – MLB) no entendían que quisiéramos ir a Puerto Rico a celebrar”, dijo Edwin Rodríguez, dirigente de la novena y el primer boricua en dirigir en las Grandes Ligas. “Fue una pelea constante. Hasta hoy, que no querían que viniéramos para acá. Pero la incomodidad y la intransigencia de los organizadores de vernos a nosotros aquí, celebrando con el pueblo, no lo podíamos explicar y no lo puedo explicar porque, aunque trate, no lo van a entender, ellos no entienden que este pueblo se comprometió y se unió por la actuación de nosotros”.
Puerto Rico se desbordó por ‘Los Nuestros’. Se olvidó de la blanqueada ante Estados Unidos y se lanzó a la calle como lo hizo en varias ocasiones con Félix ‘Tito’ Trinidad, y también para celebrar la medalla de oro olímpica de Mónica Puig y el ingreso de Iván ‘Pudge’ Rodríguez al Salón de la Fama del Béisbol.
Un momento histórico en donde Borikén dejó en claro que a pesar de sus 100×35 y sus apenas tres millones de habitantes, es una potencia tan grande en la pelota como los Estados Unidos y Japón. Y más estable que esas dos naciones, con dos subcampeonatos en cuatro apariciones en el Clásico Mundial de Béisbol.
Puerto Rico dejó además escrito que el deporte es su pasión y no hay nada más grande que los pueda unir como pueblo. Que sus héroes tienen nombre y apellido y que valoran sus esfuerzos aún en la derrota. Los subcampeones fueron recibidos y el campeón llegó sin porras a su casa.
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