Por Thomas Jimmy Rosario Martínez
El carisma es definido por la Real Academia Española como especial capacidad de personas para atraer o fascinar. El presidente Donald Trump tenía esa característica, pero como todo superhéroe, su deseo de tentar el peligro sin pensar en su vulnerabilidad nata lo está llevando a quitarle lo que por tanto tiempo en su vida cosechó y vendió.
Trump era un ilusionista; sabía moverse en la modernidad porque estudiaba a sus amigos, sus enemigos y su entorno. Y sabía cómo aprovechar relaciones y hasta agotar a sus adversarios con la constante fuerza de su insistencia. Su principal producto era su nombre, valía mucho más tener el apellido de frente como una marca triunfadora aunque no lo fuera en la realidad y era su principal agencia de publicidad.
Es cierto que nació en cuna de oro, pero aprendió a quedarse con el oro ajeno y no importarle a quien dejara en la cuneta después de sus aventuras financieras. Ahora deja a sus compañeros de partido, a sus seguidores y a toda una nación dividida por su manera de gobernar. Nunca supo la diferencia entre sus negocios privados y el negocio público de ser Presidente de loa Estados Unidos de América.
No nos podemos quejar. Lo vimos haciendo bullying al Presidente Obama manteniendo que no había nacido en Estados Unidos hasta que aquel presentó su certificado de nacimiento, años después que comenzó esa mojiganga. Mentira tras mentira, argumentos baladíes sobre medias verdades y un insulto tras insulto a través de su cuenta de Twitter. Fuimos todos blanco de sus ataques. No era posible hacer una nación más grande, desuniendo a los americanos.
Me apena que muchos no vieron venir el pelotazo al cristal. Mis amigos defensores de Trump lo defendieron hasta repetir sus mentiras culpando a la otredad de lo que pasaba malo en Estados Unidos cuando la santa cruzada trumpista hacía un muro para dividir el sur de América y aprobaba fondos pero después nos hacía difícil allegarlos.
El último de los presidentes que no revalidó para un segundo término fue George Bush, padre. La gente no lo escogió porque pidió que leyeran sus labios de que no habría nuevos impuestos y tuvo que aprobar las leyes del Congreso sobre el particular. Eso es una tontería comparado a lo que deja el legado de Trump. Mientras se aliaba al enemigo externo, dejaba una crisis interna, violaba la Constitución y las leyes de seguridad públicas.
Trump es ejemplo de cómo no debe ser un presidente dentro de un sistema social y legal como el de Estados Unidos. Tiene alguna que otra obra buena, pero queda opacada por su actitud de mal perdedor, hostigador y embustero.
Su historia no ha terminado. En estos próximos días este creído ha dicho que no asistirá a la toma de posesión del Presidente Biden quizás previendo violencia de sus seguidores dentro de su mundo absurdo y narcisista. Cuando salga, seguirá jorobando con todo lo que ahora sabe de los secretos de gobierno.
Lamentablemente ha dado un sentido tipo mafioso a su apellido con una fama que hará mirar con suspicacia a sus herederos, lo que no debiera ser en la tradición de otros honorables servidores del estado. Su carisma revelado es el de una persona imprudente.
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